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CHUECADILLY CIRCUS

Brujas, envidiosas y James Bond

Desde siempre nos han contado que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Las mujeres se dicen cosas que jamás oirías decir a un hombre sobre otro. Por ejemplo: "Adoro tu libro; ¿quién te lo escribió?", que es lo que la modelo alemana Claudia Schiffer le preguntó a Amanda Lear sobre sus memorias, Mi vida con Dalí. La respuesta de la cantante estuvo a la altura de la pregunta: "Y a ti, ¿quién te lo leyó?".

Desde siempre nos han contado que el peor enemigo de una mujer es otra mujer. Las mujeres se dicen cosas que jamás oirías decir a un hombre sobre otro. Por ejemplo: "Adoro tu libro; ¿quién te lo escribió?", que es lo que la modelo alemana Claudia Schiffer le preguntó a Amanda Lear sobre sus memorias, Mi vida con Dalí. La respuesta de la cantante estuvo a la altura de la pregunta: "Y a ti, ¿quién te lo leyó?".
En mi primer viaje a Los Ángeles mi anfitrión, el tío de un amigo que había trabajado toda su vida en el cine, me relató algunas anécdotas sobrecogedoras a propósito de la rivalidad entre las actrices Bette Davis y Joan Crawford. La muerte de la Crawford fue sentida por Davis de una forma un tanto peculiar:
Nunca deberíamos decir cosas malas de los muertos, sólo buenas... Joan Crawford ha muerto, ¡qué bien! (pinchen aquí para la versión, ligeramente diferente, de Mesa Camilla).
Entre los comentarios más célebres de Crawford a propósito de su enemiga se cuenta éste: "Es una falsa, pero me supongo que eso es lo que le gusta al público".
 
De sobra es sabido que nadie en su sano juicio invitaría a las dos divas a la misma fiesta. Había que elegir, más o menos como ocurre en el PP entre Arístegui y Moragas, o como en tiempos pasó entre Felipe González y Alfonso Guerra. Aguirre y Gallardón guardan las formas, pero se les nota demasiado. El rostro de la primera luce diez años más viejo cuando sale retratada junto al alcalde de Madrid, quien parece estuviera doliéndose de algún trastorno gastro-intestinal cuando le vemos ocupando un puesto contiguo al de la presidenta en algún acto público.
 
Joan Crawford.Volviendo a BD y JC, trabajaron juntas en ¿Qué fue de Baby Jane?, una de las mejores películas de todos los tiempos, dirigida por Robert Aldrich. Los anecdotarios y cotilleos sobre el filme recogidos en libros, revistas y páginas web son casi interminables. Entre ellos, que Davis se hizo instalar una máquina de Coca-Cola en el set para irritar a la Crawford, cuyo marido había sido director general de Pepsi. En una escena en la que Bette tenía que patear a su antagonista, el realismo fue tal que las heridas de Joan Crawford requirieron varios puntos de sutura. En una entrevista, la Davis admitió que el mejor momento que pasó junto a su rival fue cuando la empujó escaleras abajo durante el rodaje. La secuencia fue cortada en la versión final. Una verdadera lástima.
 
Crawford, cuya gran belleza siempre contrastó con los rasgos asimétricos y el aire de basura blanca de Bette, explicó así las diferencias ente los métodos de trabajo de ambas:
Bette grita y yo hago calceta. Mientras ella grita, a mí me da tiempo a tejer una bufanda tan larga que llega hasta Malibú.
¿Por qué tanto odio? Dos años antes de morir, Bette Davis confesó al periodista Michael Thornton que todo comenzó cuando Davis, heterosexual convencida, rechazó a Crawford, célebre por sus tendencias bisexuales ("Se acostó con todas las estrellas de la Metro, hombres y mujeres"). Para vengarse, Joan sedujo y después se casó con el gran amor de Bette, el actor Franchot Tone, de quien también se rumoreaba se sentía atraído por los de su mismo sexo. En fin, nada nuevo bajo el sol. Todo leímos Hollywood Babilonia, ¿no?
 
Joan Crawford dijo muchas tontería en su vida, como que la mejor compañía de una mujer era su peluquero o algo así, pero también nos regaló algunas perlas de sabiduría. Por ejemplo, que las mujeres eran unas zorras (bitches), pero que los hombres también.
 
Daniel Craig.Siempre me había resistido a pensar que los hombres pudiéramos ser tan malos y envidiosos como ellas. Fue tras el estreno de la penúltima de Bond, Casino Royale, que descubrí que también entre los que siempre se visten por los pies abundan las brujas, víboras y marujonas, quizá por envidia o debido a ciertas pulsiones homoeróticas mal resueltas.
 
La escena en la que el divino Daniel Craig emerge de las aguas en todo su esplendor fue demasiado para ellas. El coro de machirulos adiposos se puso en acción en las páginas de los principales diarios de España para gritar al unísono: "¡Mariquita!", casi tan alto como los que en los EEUU, y también en España, llaman progres a quienes en los últimos tiempos han abandonado la nave del otrora glorioso movimiento conservador norteamericano –el último ha sido David Frum–, asustados de que sus compañeros se hayan convertido en una especie de hare krishnas sin coleta. Qué más quisieran ellos que Graig fuera gay. Presumo que el razonamiento que se instaló en las cabezas calenturientas de los machirulos debió de ser el siguiente: ya que no me lo puedo ligar y que nunca conseguiré parecerme a él, lo mejor será ponerle verde.
 
En La Razón, también conocido en el PP de Cataluña como La hoja de Maru debido a la afición de su director al chismorreo fino, otra modalidad de libertad de expresión que seguro no molestará a los comisarios del CAC, mi querido, aunque no siempre admirado, Tomás Cuesta advertía, en su artículo "Bond, Gay Bond", de que más de un homófobo terminaría señalando al lobby gay como responsable de la metrosexualización del agente secreto:
Motivos hay para que los homófobos proclamen que existe una conjura cuyo fin es que el héroe pierda aceite (...). En Casino Royal, el musculoso Bond emerge del océano con la misma retórica con la que Ursula Andress, víctima del Doctor No, echaba leña al fuego (...) Afrodita, por tanto, renace de las aguas, pero con diferente sexo. En vez de aquel biquini que convirtió el dos piezas en pieza de museo, David [sic] Craig luce tipo con una braga náutica aparatosamente trendy que marca el aparato con harta precisión, pero sin desdeñar la sutileza. (...) Añadamos, no obstante, otra evidencia, aunque parezca cogida por los pelos. Lo más definitorio del flamante James Bond es justamente eso, que no tiene ni un pelo, excepto en la cabeza. La belleza sin vello es feminoide y efébica y, ya que en el cine no hay casualidades, no iba a ser ésta la primera. Como tampoco lo es que, al cabo de dos horas, el único desnudo sobre el que demorar la vista sea el de 007. En la próxima entrega, o sale del armario, o se lía con M.
Pues lo siento por Tomás y por todos aquellos que con igual falta de puntería pero mucha menos gracia reiteraron los mismos argumentos, supongo que para que, a resultas del visionado de la película, sus mujeres no les pusieran de patitas en la calle con un: "A mí me han engañado. Yo quiero un hombre, no un chimpancé". Daniel Graig regresa con toda su fuerza y sin un gramo de grasa ni de tejido piloso donde no debe en Quantum of Solace, que podrán ver en las mejores salas de España a partir de hoy mismo. A tenor de lo visto, no me extrañaría que los mismos que hace dos años se liaron a palos de ciego con el pobre Daniel celebren ahora el retorno del hombre, con o sin depilación o mirada voluptuosa, o incluso defiendan que eso de la cosmética no está tan mal, debido a que en esta entrega James Bond desempeña el papel de hombre doliente que tanto gusta a algunas féminas con ganas de marcha. "Mari, pásame la cera caliente". En la próxima columna, o salen del armario o se lían con Zerolo.
 
 
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