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AKRÓN PUBLICA LAS MEMORIAS DE SALAZAR ALONSO

Bajo el signo de la revolución

Es muy posible que el único título que yo pueda tener para escribir este prólogo sea el de haber sido uno de los sucesores de Salazar Alonso al frente (...) del Ministerio del Interior. Es muy posible también que a los dos nos haya invadido (...) la misma angustia, la misma desazón, la misma urgencia de tener que enfrentarnos a hechos de gran complejidad y trascendencia. Y es muy posible finalmente (...) el ex ministro que ahora soy se haya reconocido en alguno de los pasajes de estas memorias (...) No lo sé muy bien.

Es muy posible que el único título que yo pueda tener para escribir este prólogo sea el de haber sido uno de los sucesores de Salazar Alonso al frente (...) del Ministerio del Interior. Es muy posible también que a los dos nos haya invadido (...) la misma angustia, la misma desazón, la misma urgencia de tener que enfrentarnos a hechos de gran complejidad y trascendencia. Y es muy posible finalmente (...) el ex ministro que ahora soy se haya reconocido en alguno de los pasajes de estas memorias (...) No lo sé muy bien.
Detalle de la portada de BAJO EL SIGNO DE LA REVOLUCIÓN.
He de confesar, en todo caso, que de entre la galería de retratos de Ministros de la Gobernación y del Interior de España que colgaban de las paredes del Ministerio, no recuerdo el de Salazar Alonso, y he de reconocer también que, hasta la lectura de estas apasionantes memorias, para mí la personalidad de Salazar Alonso era prácticamente desconocida.
 
El prologuista, evidentemente, no es un historiador. Escribe, no sobre la verdad objetiva, sino sobre el testimonio dado por Salazar Alonso, por la verdad vertida en estas páginas por un Ministro profundamente republicano, inicialmente masón, miembro del partido radical de Lerroux, que hubo de hacer frente a los procesos revolucionarios previos a Octubre de 1934, y que fue finalmente asesinado en Madrid en 1936 a manos de un Tribunal Popular. Podríamos decir que su destino trágico fue el de la propia República a la que sirvió. Una República que perdió su posibilidad histórica en el mismo momento en que dejó de ser un régimen incluyente y se transformó –o quisieron transformarla– en un instrumento revolucionario y de exclusión.
 
En tiempos de la malhadada ley de Memoria Histórica –la más irresponsable y sectaria de todas las iniciativas del gobierno de Rodríguez Zapatero– es casi obligado comenzar diciendo que este libro cuenta la historia de la descomposición del Régimen Republicano por hostigamiento conjunto y revolucionario de las izquierdas y de los nacionalismos, que fueron verdaderos responsables –aunque no ciertamente únicos– de la crisis social y política que culminó en la Revolución de Octubre y en la guerra civil.
 
Cuando uno cierra (...) estas interesantísimas memorias, le queda un sabor de frustración y de amargura. Como Nación. Porque la gran derrotada de todo aquel disparate histórico por el que derrapó la Segunda República, fue sobre todo España. La sociedad española, las generaciones españolas, y hasta el propio concepto de España. Hoy, insospechadamente, como si se tratara de una maldición, la utilización política que ha hecho de toda aquella tragedia la Ley de Memoria Histórica, ha vuelto a hacer planear sobre nuestro sistema político de convivencia lo peor de la Historia de España. En un país como el nuestro, que ha atravesado en los dos últimos siglos cuatro guerras civiles, con demasiadas cicatrices y el cainismo político todavía reciente, no creo que convertir la tragedia de 1936 en arma política elevada a rango legal, sea precisamente la mejor de las contribuciones posibles a la convivencia. Cuando menos, es una irresponsabilidad y un tic de sectarismo imperdonable.
 
Largo Caballero.He de decir que por las páginas de estas memorias desfilan demasiados hechos, demasiados sucesos, demasiadas personalidades de la España republicana que acaban siempre conduciendo al lector a una especie de desazón fruto, insisto, del relato y la denuncia de Salazar Alonso: la deslealtad del PSOE y de Largo Caballero hacia la legalidad republicana, su giro panrevolucionario y prosoviético que pretendía transformar el régimen en dictadura del proletariado, la pérdida total del sentido común, la consideración del adversario como enemigo a batir, incluso físicamente, el desprecio de la burguesía y la exaltación del proletariado revolucionario, el sectarismo de clase unido al sectarismo de partido, una izquierda excluyente que quería una República excluyente y que, en el momento en que perdió el poder republicano, quiso derribar el Régimen del 14 de Abril, el odio cuando no el desprecio entre líderes republicanos, la completa deslealtad entre la práctica política y las instituciones, la vulneración y el desprecio de los derechos más elementales...
 
Se ha falseado tanto la Historia que todavía hoy impera en la psicología colectiva de los españoles que en 1936 se enfrentaron republicanos contra anti-republicanos, demócratas contra fascistas. Pero las cosas no fueron ni tan nítidas ni tan sencillas ni completamente así. Fue, eso sí, la tragedia de un país destruido por la tensión entre dos fuerzas, la revolucionaria y la contra-revolucionaria, sin posibilidad de conciliación. Porque a la altura de 1936, la situación se había deteriorado ya tanto, el país se había deslizado por tal pendiente, estábamos inmersos en tal proceso revolucionario de destrucción, odio y violencia que –por utilizar el célebre título de Gil Robles– "No fue posible la paz".
 
En realidad, la paz se había desmoronado ya en 1934, y si Salazar Alonso merece algún crédito es precisamente el de haberse dado cuenta de la difícil pendiente por la que España empezaba a deslizarse, y el de haberla intentado contener. No fue tampoco posible. Cuando en un Régimen político el cumplimiento de la legalidad vigente se convierte en excepción, es que ese Régimen ha dejado de existir. Y contra eso luchó, con mayor o peor fortuna, el autor de las memorias cuyo prólogo escribo ahora.
 
Y a uno, que ha entendido la política dentro de las reglas del juego limpio y ha intentado siempre respetar al adversario democrático, le llama también poderosamente la atención la degradación y destrucción del clima político, incluso entre personas que políticamente no estaban en las antípodas.
 
Llaman la atención las banderías dentro del partido radical de Lerroux, y sobre todo el enfrentamiento y el desprecio no disimulado entre el Presidente de la República, Alcalá Zamora, y el Ministro del Interior de su Gobierno, Salazar Alonso. En muy reiteradas ocasiones, éste responsabiliza directamente a aquél de graves errores republicanos, incluso de su caída política en cuatro de octubre del 1934. Pero si uno se acerca a la opinión que Alcalá Zamora tenía de Salazar Alonso, ve de inmediato la falta de consideración personal y política hacia éste. Confrontar las memorias de los políticos republicanos ayuda ciertamente a tomar conciencia del grado de enemistad política y personal entre los políticos republicanos de sensibilidades y partidos no necesariamente alejados entre sí.
 
(...)
 
El prologuista no quisiera terciar en el juicio de una persona que, finalmente, habrá de ser la Historia quien lo haga. Pero hay que reconocer en Salazar Alonso el valor político de haber combatido con la legalidad los hechos previos a la Revolución de Octubre.
 
Una de las cosas más impresionantes de la Segunda república española es lo mal que hablaban unos políticos de otros, (...) el desprecio cuando no el odio y el ánimo de revancha. La actitud de unos hacia otros que fue abriendo no una sino multitud de brechas, zanjas y heridas entre españoles de todo cariz. ¿Memoria Histórica? Lo que debiera hacer cualquier gobierno sensato sería encerrar con siete llaves el sepulcro terrible de la vida española de todos esos años. Ese fue el pacto más importante de la Transición, y ese pacto es el que este gobierno ha vulnerado irresponsable y frívolamente.
 
He de confesar que durante la lectura de estas memorias no pocas veces ha planeado sobre mi cabeza la oscura sombra de la repetición de algunos comportamientos políticos. No quiero decir que la historia se esté repitiendo, ni mucho menos; es prácticamente imposible. Ni la España actual es la del año 34 ni la sociedad española tiene demasiado que ver con la de entonces, ni los totalitarismos europeos del signo que fueren sirven de referencia a algunos partidos españoles. Lo que sí quiero decir es que la izquierda –o al menos alguna parte de esa izquierda– y el nacionalismo, se han radicalizado muy notablemente y han dado pasos en la dirección equivocada: pactos de la izquierda con la Ezquerra, pactos excluyentes del Tinell, pactos entre el nacionalismo catalán y el nacionalismo vasco, Asamblea de Ayuntamientos vascos… hay demasiados tics políticos, demasiadas querencias, demasiadas derrotas en los rumbos de los partidos como para huir de las equivalencias históricas. Gracias a la situación social de España, al nivel de renta y bienestar, y a la derrota histórica de los totalitarismos comunista y fascista es hoy posible no hacer equiparaciones. Pero los errores de la izquierda y el nacionalismo, en el fondo son los mismos.
 
Salazar Alonso fue cesado el cuatro de Octubre, y la Revolución comenzó el cinco, justo el día en que los revolucionarios mataron en Mondragón a mi tío abuelo, Marcelino Oreja Elósegui. De aquellos hechos no quiero contar más que el frío dato de la coincidencia de circunstancias.
 
A Rafael Salazar Alonso, antiguo masón, anticlerical, republicano ferviente, lerrouxista convencido, hombre que intentó hacer respetar la legalidad republicana cuando el socialismo y el nacionalismo decidieron acabar con ella, lo asesinó un Tribunal Popular en 1936. Sólo entonces, producida ya la tragedia, sus adversarios políticos tuvieron palabras de pesar y condolencia. Luca de Tena atribuye la causa de su asesinato, bien a su salida de la masonería, bien al apoyo decidido al ABC con ocasión de la huelga de Artes Gráficas. Otros, la atribuyeron a su aproximación a la CEDA de Gil Robles o a su firmeza en la represión de los actos subversivos y revolucionarios que le tocó combatir.
 
Y me atrevo a afirmar que le mató la crueldad y la exageración. Porque leyendo el libro de Rafael Salazar Alonso descubres o, mejor dicho, confirmas que el cáncer de España es la exageración de algunos de los proyectos políticos que se producen en su territorio con una trágica inclinación a la descalificación del discrepante. Rafael Salazar Alonso arranca su peculiar e interesante trayectoria política probablemente desde "su exageración personal" y termina asesinado por la exagerada crueldad de los demás, de los que le odiaban, de aquellos, inicialmente correligionarios, que discrepaban de su actitud cuando había sido Ministro de la Gobernación.
 
Aquella España pone los pelos de punta. Por la zafiedad, por el sectarismo, por la brutalidad, por la falta de compasión. Por la falta de visión histórica y por la falta de ambición para España. Por la exageración.
 
El prologuista sólo espera que aquellos hechos no se repitan jamás, que los partidos políticos estén a la altura de la sociedad que les ha tocado liderar y que quienes se equivocaron radicalizándose entonces no se equivoquen ahora.
 
Setenta y cuatro años de historia de Europa y de España separan esas dos situaciones; tres generaciones de españoles hacen irreconocible aquella sociedad en la nuestra. La reapertura de viejas heridas está completamente fuera de lugar y sin embargo… Las últimas palabras conocidas de Rafael Salazar Alonso las dirige a su hermano Carlos en una carta desde la cárcel Modelo, el 22 de septiembre de 1936, y cuya posdata dice: "¡Qué error se comete con esta sentencia!". Y yo creo, amigo lector, que esa frase condensa mejor que ninguna otra el fracaso de una parte de nuestra Historia; de la historia de todos nosotros.
 
 
NOTA: Este texto es un fragmento del prólogo de JAIME MAYOR OREJA a BAJO EL SIGNO DE LA REVOLUCIÓN, las memorias de RAFAEL SALAZAR ALONSO, que acaba de editar Akrón. La presentación de la obra tendrá lugar el miércoles 19, a las 13 horas, en la Fundación Pastor de Estudios Clásicos (Serrano, 107, Madrid).
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