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PANORÁMICAS

Ayrton Senna, crónica de una muerte anunciada

El ser humano es un animal que tiene mitos. Que los necesita. El mito es la utopía del hombre. Todos los problemas de la humanidad vienen, decía Pascal, porque no nos quedamos tranquilamente en casa contemplando la lumbre.


	El ser humano es un animal que tiene mitos. Que los necesita. El mito es la utopía del hombre. Todos los problemas de la humanidad vienen, decía Pascal, porque no nos quedamos tranquilamente en casa contemplando la lumbre.

Pero es que, querido Pascal, cuando un hombre está relajadamente contemplando rescoldos su mirada transformará las humildes llamas en campos de batalla o estrellas lejanas que sueña conquistar. Otros animales también tienen atisbos de racionalidad y de cultura, pero la especie humana es la única que fantasea con ir más allá de ella misma.

Ayrton Senna fue uno de esos humanos que ha llevado a la especie más allá de sus límites. Que tenía en sus ojos la mirada del depredador y el soñador. Representó mejor que nadie la primera parte de la leyenda latina Citius, altius, fortius ("Más rápido, más alto, más fuerte"). El protagonista absoluto del documental que lleva su nombre y se estrena en los cines españoles este fin de semana es el piloto de fórmula 1 que es aún considerado por muchos el mejor de la historia. Quizás otros como Fangio, Prost o Schumacher le puedan discutir su preeminencia automovilística, pero ninguno se le acerca en carisma. El tipo, no hay más que verlo caminar, era un príncipe, una exquisita combinación de belleza y fiereza. Sobresaliendo tanto en lo material como en el espiritual, rendía a las masas cuando le veían conquistar curva tras curva como un caballero andante enfrentado a molinos y gigantes. Un elfo brasileiro entre enanos y hobbits franceses, como veremos.

En el documental tenemos la palpable demostración de cuánto se equivocaba Marx cuando decía que la religión es el opio del pueblo. Al menos, parcialmente. Porque en ocasiones la creencia en Dios y lo sobrenatural actúa con la fuerza de un tsunami espiritual que eleva al que posee la fe hasta el infinito y más allá. Para el piloto paulista, Dios tenía el efecto estimulante de un Red Bull más que el letárgico del opio. Como aprendemos en la Biblia, Dios es caprichoso con los que ama. Ayrton Senna era de la estirpe de David, un bendito de Jehová. Como era religiosísimo y estaba convencido de su especial vinculación con Dios, el director Asif Kapadia ha construido el documental convirtiéndole en "el piloto de Dios" contra un eje del Mal encarnado en Alain Prost y, sobre todo, Jean-Marie Balestre, presidente de la FIA y máximo representante de lo que Senna más despreciaba en el mundo de las carreras: la Política y el Sistema.

Como en las películas de Hollywood, ayuda bastante a que el público se decante automáticamente por el brasileño el hecho de que fuera guapo, mientras que los franceses parecen sacados del casting para una película de nazis. Y su muerta en la batalla/en el circuito le hizo pasar de héroe a mártir y santo en un segundo. Mutatis mutandis con Belmonte y Valle Inclán:

–¡Juanito, no te falta más que morir en la plaza!

–Se hará lo que se pueda, don Ramón –contestaba yo modestamente.

Sea como fuere, el documental, a través de ciertos resquicios, permite adivinar que los hechos no fueron tan maniqueos, y que en esta historia la verdad es más compleja que la leyenda. Por ejemplo, en una entrevista Jackie Stewart plantea a Senna, con cortesía pero sin pelos en la lengua, que es un auténtico peligro para el resto de los pilotos, y que además de ser el que más carreras gana también es el que más accidentes provoca. En cuanto a su archienemigo Alain Prost, le recriminó creerse demasiado su privilegiada relación con Dios, que le haría sentirse inmortal, de ahí su exposición al riesgo, que le condujo a llevarse por delante al piloto francés en el GP de Japón de 1990, impidiéndole obtener la victoria y el campeonato. Accidente por el que Senna no es que no se disculpara, es que tuvo la desfachatez cargar las culpas sobre el damnificado. Por mucho menos Jorge Lorenzo y Casey Stoner han emprendido una campaña de desprestigio contra Simoncelli en Moto GP y los comentaristas españoles de F1 han satanizado a Lewis Hamilton.

Sin estar a la altura de otros grandes documentales sobre deportistas, como los que reseñé hace unos meses en estas mismas páginas sobre Mohamed Alí, el documental de Kapadian sobre Senna merece la pena verse por la belleza y la emoción de las carreras frenéticas, los adelantamientos al filo de lo imposible y el duelo Senna-Prost, uno de las que marcaron nuestra infancia y adolescencia, junto con el Borg-McEnroe, el Coe-Ovett, el Lakers (de Magic)-Celtics (de Bird); ahora nos mordemos las uñas con los choques entre Federer y Nadal o el Real Madrid de Mourinho y el Barcelona de Guardiola.

Excesivamente ocupado en investir de santidad y heroicidad a Senna, como si hubiese querido seguir la senda publicitaria de Bernie Ecclestone ("La muerte de Senna fue como si hubieran crucificado a Jesucristo en directo por televisión"), lo mejor del documental es la recuperación de las imágenes de archivo de uno de los mayores artistas del deporte y las ganas de saber más de las circunstancias de una vida contada como si fuese la crónica de una muerte anunciada.

 

SENNA (Reino Unido-Francia-Estados Unidos, 2010, 106 min). Dirección: Asif Kapadia.

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