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DRAGONES Y MAZMORRAS

Así en la paz como en la guerra

Una especie de Pepito Grillo de mis escritos me pregunta extrañado cómo es posible que, en mi crónica de la semana pasada, pudiera afirmar que Cocteau vaticinó a los rebeldes del 68 su futuro como notarios, cuando el afamado dramaturgo estaba en la huesa desde 1963. Exacto. Para reparar los posibles daños a mi rigor intelectual que este lapsus haya podido causarme, cito aquí un fragmento de un artículo de 2001 en que comentaba la anécdota con el auténtico protagonista: el también afamado dramaturgo Ionesco, cuyo nombre tan lamentablemente equivoqué, en esta precipitación del casi directo que es la escritura en Internet.

Una especie de Pepito Grillo de mis escritos me pregunta extrañado cómo es posible que, en mi crónica de la semana pasada, pudiera afirmar que Cocteau vaticinó a los rebeldes del 68 su futuro como notarios, cuando el afamado dramaturgo estaba en la huesa desde 1963. Exacto. Para reparar los posibles daños a mi rigor intelectual que este lapsus haya podido causarme, cito aquí un fragmento de un artículo de 2001 en que comentaba la anécdota con el auténtico protagonista: el también afamado dramaturgo Ionesco, cuyo nombre tan lamentablemente equivoqué, en esta precipitación del casi directo que es la escritura en Internet.
Guillermo Cabrera Infante.
"El diplomático y escritor francés, Paul Morand en su Journal inutile, que acaba de ser publicado en Francia (por voluntad del autor no debía hacerse antes del año 2000) cuenta que Ionesco, el 28 de julio de 1968, gritaba a los jóvenes insurrectos desde la ventana de la editorial Mercure de France: '¡Dentro de tres semanas seréis notarios!'. Más de tres décadas después, algunos de aquellos rebeldes, como Daniel Cohn-Bendit, han llegado a eurodi(s)putados, que todavía ganan más. No es mi intención criticar tal mudanza, pues a nadie se le puede reprochar haber sido joven, o sea prepotente, fatuo, iluso y fogoso, pero, aunque a él no le guste, resulta difícil no mencionar ese importante episodio de su pasado" ('El Rojo y el Verde', 22 de mayo de 2001).
 
Con la conciencia ya tranquila paso a hablarles de esta ajetreada semana en la que ha pasado de todo, y en todos los planos de la realidad política e incluso cultural, a pesar del prolongado marasmo en que está sumida esta última desde que somos notarios. Ambas esferas se han visto especialmente concernidas esta semana con el fallecimiento de uno de los escritores cubanos más sobresalientes de la segunda mitad del pasado siglo, Guillermo Cabrera Infante. Y digo esto porque parece que algunos notarios literarios de nuestro entorno no han asimilado la imbricación existente en su caso entre su trayectoria literaria y su postura política. Ignorar esto es, por otra parte, el peor homenaje que se puede hacer a su memoria.
 
Javier Marías.No obstante, la mayoría de los escritores y periodistas que se sitúan a la izquierda, al rememorar su figura y lamentar su ausencia no han hecho la menor alusión a esa militancia insoslayable. Como si hablar de cine o de tabaco hubiera situado a este singular escritor fuera del único contexto en el que se podrían explicar sus aficiones literarias y sus inclinaciones estéticas, o sea, Cuba, la isla y el presidio, la víctima y el verdugo.
 
¿Puede un escritor de su generación y de su país, exiliado por añadidura, permanecer ajeno a la realidad política de su entorno cuando lo que describe o ficciona está irremediablemente signado por una ausencia, imposible de soslayar, de la causa que la provoca? ¿Puede no mencionarse ese hecho cuando se habla de él o se le conmemora? Pues ni Javier Marías, ni Pedro Almodóvar, ni Juan Cruz ni Vicente Molina Foix parecen haberse enterado de eso; sólo Marías evoca, como de paso, su "condición de exiliado", como si eso fuera suficiente para explicar tanta angustia, tanta codicia de la memoria, tanta nostalgia.
 
Sus líricas columnas necrológicas parecen rendir sólo homenaje al título de uno de sus libros: Puro humo, dejando el resto en un injusto olvido. Así intentarán venderlo en Cuba cuando acaben por admitir oficialmente su muerte: un estilista cubano de la lengua española que mereció el premio Cervantes. Como ocurre con Reinaldo Arenas, quien, varios años después de su muerte, está siendo "rehabilitado" en Cuba por sus "aportaciones literarias", sin la menor mención a su pertinaz disidencia política. Ahí es nada. Como para volver a suicidarse.
 
Pero a los progres españoles les asusta mucho manifestarse en contra la dictadura de Castro. Aunque la censuren en familia, en público callan, con su cobardía habitual, por miedo a que les acusen de fachas. Cuarenta y cinco años han pasado desde el desastre, y como mucho sólo admiten que la "revolución ha sido traicionada".
 
Como declara Jacobo Machover a L’Express, a raíz de la aparición de su libro Cuba, totalitarisme tropical (Editions Buchet/Chastel, París, 2004), la palabra "revolución" implica el movimiento; pero en "Cuba lo que sorprende es la inmovilidad. No se trata de una revolución sino de una 'congelación', por medio de la represión y de las ejecuciones, desde el primer día. Estaban destinadas a infundir el miedo en torno a aquellos que pudieran alzar su voz contra el régimen. En 1961, una consigna –'dentro de la revolución, todo, contra la revolución, nada'– determinó el marco de la actividad de los intelectuales. A partir de ahí nada más se movió".
 
Carlos Alberto MontanerY a la pregunta de por qué sobrevivió Castro a la caída del imperio soviético, Machover contesta con algo que es, a todas luces, incontestable: "Se debe a dos factores. El primero es el terror, del que ya hemos hablado. Debido a ello, la única solución es la huida. La represión parece ser eterna. El segundo es la simpatía que Castro supo atraer hacia su persona en el mundo entero".
 
Y esto me lleva precisamente a recordar lo que dice Martin Amis en su libro Koba el temible. La risa y los veinte millones (Anagrama), sobre la connivencia de la izquierda occidental con los crímenes de Stalin y de las dictaduras comunistas, lo que a su vez me lleva a la conferencia que otro cubano, Carlos Alberto Montaner, pronunció el día antes de que muriera Cabrera Infante. Se titulaba El totalitarismo y la naturaleza humana: por qué fracasó el comunismo, y se inscribía en el ciclo 'La revolución de la Libertad' que se está desarrollando la FAES (Fundación para el Análisis y los Estudios sociales).
 
Aunque el público estaba mayoritariamente en el ajo, al suceder en el Aula Magna de una universidad, concurrían muchos alumnos, lo que abría cierta puerta a la esperanza de que a alguien se le estuviera revelando una verdad: la que desgranaba con un rigor y una lucidez implacables el conferenciante. El triunfo del comunismo se debe a que es contrario a todo lo que caracteriza a la naturaleza humana: contrario a la familia, a la iniciativa, a la libertad y a la verdad; así hasta desgranar un decálogo escalofriante.
 
También se debe a la descalificación y deshumanización sistemática del disidente, convertido en bazofia humana. No otra cosa pensaba Hitler de los judíos, y de no haber sido derrotado para siempre jamás, junto a la mayoría de sus cómplices, tendría un huequito en las camisetas de los adolescentes progres, entre Fidel Castro y el Che Guevara, así en la paz como en la guerra.
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