Menú
CHUECADILLY CIRCUS

Asesinados por nuestro bien

Políticas natalistas que desencadenan oleadas de abortos y disparan la mortalidad infantil. Programas contra el alcoholismo que resultan en el mayor porcentaje de delitos relacionados con el abuso del alcohol. Guerras contra las drogas que multiplican el consumo de sustancias ilegales y el número de reclusos. ¿Qué tienen en común todas estas cosas? Que se hicieron por nuestro bien.

Políticas natalistas que desencadenan oleadas de abortos y disparan la mortalidad infantil. Programas contra el alcoholismo que resultan en el mayor porcentaje de delitos relacionados con el abuso del alcohol. Guerras contra las drogas que multiplican el consumo de sustancias ilegales y el número de reclusos. ¿Qué tienen en común todas estas cosas? Que se hicieron por nuestro bien.
En 1966 el dictador rumano Nicolae Ceaucescu prohibió el aborto a las menores de 45 años y a las madres que tuvieran menos de cuatro hijos. También estableció exámenes mensuales obligatorios para impedir que las mujeres evitasen quedarse embarazadas. La producción e importación de anticonceptivos se redujo de forma drástica. En los 12 meses siguientes el índice de natalidad se duplicó. Diez años después, la proporción de nacimientos se había reducido a los niveles de los años sesenta. La población se estancó debido a que la gente optó por retrasar el matrimonio o no casarse, abortar de forma ilegal o casera (más de 10.000 mujeres murieron en el intento) o simplemente abandonar a sus hijos. Mientras los orfanatos se llenaban de criaturas enfermas y desnutridas, la mortalidad infantil iniciaba una línea ascendente que sólo remitiría tras la muerte del tirano.

La política natalista de la Rumanía comunista fracasó en su intento de aumentar la población. No salvó vida alguna y provocó muchas muertes. La reducción de la proporción de mujeres fértiles –muertes e infertilidades provocadas por operaciones abortivas y métodos rudimentarios de control de la natalidad– se convirtió en un lastre para el futuro del país.

En 2007, la película Cuatro meses, tres semanas y dos días, de Cristian Mungiu, se hizo con la Palma de Oro del festival de cine de Cannes a la mejor película europea. Su hermana, Alina Mungiu, es la fundadora del think tank Sociedad Académica Rumana, un grupo formado por disidentes del comunismo cuyos trabajos derivaron en la aprobación de reformas como el tipo impositivo único, la liberalización del mercado de las telecomunicaciones y el fin de la persecución contra los homosexuales. 

Sarah Palin.Unos u otros confundieron Cuatro meses... con un alegato proabortista y actuaron en consecuencia, arrimando el ascua a su sardina. Para Mungiu, su película no es más que una reflexión sobre la supervivencia en un medio hostil, sobre la amistad y las tragedias en un ambiente donde falta la libertad.

Durante la última campaña presidencial norteamericana, Sarah Palin defendía la amable y plácida América profunda frente a la degeneración de las grandes ciudades de la costa. Olvidó mencionar que Alaska sufre una de las mayores tasas de alcoholismo y de delitos sexuales de los EEUU. Según la policía, ambos fenómenos suelen estar íntimamente relacionados. Desde 1979, Alaska posee uno de los marcos legales más restrictivos respecto al consumo, venta y tenencia de alcohol de los EEUU. La porción del presupuesto que el estado dedica a programas de rehabilitación de alcohólicos, así como la destinada a los consejos estatales de control de bebidas alcohólicas y prevención del suicidio (la de Alaska es una de las tasas más altas del mundo), se ha disparado en los últimos años. El consumo de drogas aumenta a uno de los ritmos más altos de la nación, y el síndrome de alcoholismo fetal bate récords.

El 17 de marzo Fernando Sánchez Dragó recordaba en las páginas del diario El Mundo que el narcotráfico es la séptima potencia económica del mundo, y que "la guerra contra ese gobierno en la sombra ha generado ya más muertes que las de la última conflagración mundial". Haciéndose eco de la postura editorial del semanario The Economist, tradicionalmente favorable a la legalización del consumo de drogas, el escritor proponía la creación de forma temporal de monopolios estatales que organizasen el comercio de las sustancias hasta ahora ilegales.

Desde 1990, la población reclusa de España se ha duplicado. El porcentaje de presos condenados por delitos contra la salud pública (tráfico de drogas), también. Desde 1986, el presupuesto de los planes anti-drogas de las distintas administraciones públicas se ha multiplicado por 10. Cada vez que el Ministerio o las consejerías de Sanidad anuncian una nueva campaña contra el consumo de estupefacientes, algunos españoles nos hacemos cruces. A ciertas edades, el morbo resulta contraproducente. ¿Acaso no han asistido nunca a la proyección de una película de terror? Que se lo pregunten a sus hijos, o a sí mismos, si es que conservan la memoria.

Alguien debería promover una iniciativa popular en pos de una moratoria de todas las campañas públicas contra las drogas, los embarazos no deseados y las enfermedades de transmisión sexual. Tal vez así algunos padres perderían el pudor a la hora de hablar con sus hijos sobre la vida, y los colegios se animarían a organizar alguna actividad útil, por ejemplo testimonios reales de drogadictos de verdad, no videoclips espectaculares protagonizados por actores vestidos a la última. La cruzada estatal contra las drogas es la única guerra en la que los perdedores se enorgullecen de serlo. En vez de aplicarles un castigo ejemplar, la población se dedica a lanzarles dinero y a entregarles cuotas crecientes de su libertad para que sigan intentándolo.   

En los Estados Unidos se calcula que aproximadamente la mitad de la población reclusa está entre rejas por delitos consentidos. Apuesto lo que quieran a que en España la proporción no es muy diferente. Las leyes contra las actividades voluntarias pacíficas violan la libertad individual, amenazan la propiedad privada y el mercado, fomentan la corrupción, son demasiado caras y sólo inculcan irresponsabilidad.

No me extraña que en Los abrazos rotos Pedro Almodóvar (ni caso a los críticos: la calidad de sus pelis suele ser inversamente proporcional a su grado de aceptación entre los comentaristas especializados), a la hora de rendir homenaje a Mujeres al borde de un ataque de nervios, haya trocado a la modelo y ex amante de un terrorista chiita por una concejala de asuntos sociales, probablemente socialista ("Mi partido no se puede permitir más escándalos"), obsesionada por el sexo y aficionada a la cocaína:

–Yo me tomo el sexo como un asunto social...
–Lo que no entiendo es cómo apareció en tu casa una maleta con quince kilos de coca.

Y luego dicen que los guiones de Almodóvar resultan inverosímiles, o que sus personajes no son creíbles. Más bien parecen sacados de algún libro de historia o de una campaña electoral. Como le dé por hacer una tragedia realista nos mata del susto.


Enquire within: chuecadilly@yahoo.es
0
comentarios