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CIENCIA

Andalucía libre

¿Qué tipo de Andalucía libre quieren los miembros de la plataforma PALT? Desde luego, no una libre de paro y crisis. No una libre de corrupción, de ERE fantasma y subvenciones hipertrofiadas. No una Andalucía libre de especulación, PER e infraestructuras que no funcionan.


	¿Qué tipo de Andalucía libre quieren los miembros de la plataforma PALT? Desde luego, no una libre de paro y crisis. No una libre de corrupción, de ERE fantasma y subvenciones hipertrofiadas. No una Andalucía libre de especulación, PER e infraestructuras que no funcionan.

Los seguidores de PALT quieren, pásmense, una Andalucía Libre de Transgénicos. Y es que resulta que, de todos los males que pueden aquejar al maltratado campo andaluz, a estos seguidores de la pseudociencia antigenética lo único que les preocupa es la introducción de semillas modificadas. Esas que se emplean por millones en otros países como Estados Unidos, que, como todo el mundo sabe, es un país atrasadísimo en temas agropecuarios.

Así que andan organizando una semana de lucha contra la simiente de laboratorio; una semana en la que, como de costumbre, abundan la desinformación y el desatino.

La mera lectura de su manifiesto genera, superada la carcajada inicial, un espacio para el debate. Se alerta de que España es el único país de Europa donde se cultivan "transgénicos a gran escala" (y se aportan, cómo no, filtraciones de Wikileaks que supuestamente demuestran la connivencia entre el Estado español y las multinacionales del sector). Pero dos párrafos más abajo se reconoce que sólo están autorizadas una variedad de patata y otra de maíz. La primera, se nos dice desde PALT, "apenas se ha extendido". De la segunda, en Andalucía sólo se cultivan 3.000 hectáreas. Andalucía cuenta con más de 45.000 hectáreas de terreno dedicado a la agricultura. De ellas, el 88 por 100 se destina a hortalizas. El maíz, y por ende el maíz transgénico, es, nunca mejor dicho, un granito en esa inmensidad. A eso llaman los amigos de PALT producción a gran escala.

En la petición ecologista se incluyen algunos de los clásicos del antitransgenismo, que no por haber sido una y otra vez desmentidos desaparecen del argumentario. Por ejemplo, se vuelve a aludir a la posibilidad de contaminación transgénica entre cultivos sin mencionar una sola referencia científica solvente que lo avale; por cierto, a pesar de que la contaminación agrícola es un delito, ningún supuesto damnificado ha puesto jamás una sola demanda al respecto; entre otras cosas, porque los propios agricultores a los que dicen representar estas organizaciones son conscientes de que el mejor modelo económico es aquel en el que conviven productos transgénicos y productos supuestamente ecológicos.

¿Por qué escribo "supuestamente"? Pues, entre otras razones, porque los análisis más exhaustivos no han arrojado diferencia significativa alguna, en punto a calidad nutricional, entre los productos llamados ecológicos y los cultivados a la manera tradicional. Eso es lo que se desprende, por ejemplo, de la investigación que llevaron a cabo a tal efecto en el Departamento de Epidemiología de la London School of Hygiene and Tropical Health, donde se revisaron 126 pruebas de laboratorio vinculadas a 137 cultivos y 25 especies ganaderas.

Sorprende, por otro lado, el empeño en ignorar la evidencia científica que demuestra los beneficios de la producción de maíz bt (precisamente, el que pretenden erradicar de la querida tierra andaluza) sobre el resto de plantaciones. Un estudio del Departamento de Entomología de la Universidad de Minnesota ha cuantificado económicamente estos beneficios: los agricultores que, en los últimos 14 años, se han decantado por esta planta transgénica se han ahorrado un total de 3.000 millones de dólares en tratamientos plaguicidas. Sorprendentemente, los agricultores que cultivan maíz tradicional se han beneficiado también, si bien de manera indirecta, de la transgénesis: según el citado estudio, se han ahorrado casi 2.000 millones de dólares.

Pero, más allá de las incorrecciones y de que entre los firmantes del manifiesto de PALT no hay un solo instituto de ciencia agraria, parece sangrante la falta de énfasis en los auténticos problemas que aquejan al campo andaluz. Porque nadie parece preguntarse por qué Andalucía, que cuenta con uno de los climas más propicios del mundo para el desarrollo de la agricultura (puede permitirse el lujo de producir dos cosechas al año de algunas variedades) y la cultura agraria con más solera de Europa, no es la primera potencia mundial en este ámbito y sigue luchando por sobrevivir a base de subsidios y malas negociaciones en el seno de la Política Agraria Común.

Quizás sea, precisamente, porque todavía no se ha decidido a dar el salto a la innovación científica y tecnológica que las nuevas investigaciones en genética agrícola ponen en nuestras manos. Si se sigue otorgando voz a plataformas como PALT, ese salto nunca llegará.

Hace unos años, la implantación de grandes extensiones de cultivos de invernadero (la agricultura del plástico) permitió que Andalucía se situara a la cabeza en la producción de algunas especies (hortalizas y flores, sobre todo) y que se estabilizara, desde 2007, un floreciente negocio, que genera miles de millones de euros y decenas de miles de puestos de trabajo. España es ahora el país de la cuenca mediterránea con mayor extensión de este tipo de cultivo. En el año 2009, 80.000 andaluces obtuvieron trabajo gracias a él, y se facturaron 2.700 millones de euros. Por supuesto, en contra de la voluntad de los grupos ecologistas, que también se empeñan en desmantelar esta práctica.

La revolución de las semillas transgénicas sería una bombona de oxígeno enriquecido para el campo andaluz, como lo fueron en su momento los invernaderos y lo han sido en todo el mundo todas las innovaciones tecnológicas agrícolas, desde la acequia. Pero, por supuesto, ahí estará PALT para tratar de ponerle freno.

 

http://twitter.com/joralcalde

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