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PANORÁMICAS

Alatriste, un soldado en el laberinto español

Mientras que los franceses tienden a la hipérbole, los españoles infravaloran sistemáticamente sus hallazgos y hazañas. En 1992 España culminó simbólicamente con las Olimpiadas y la Expo su entrada en el club de los países más potentes económica y culturalmente. Pero, fiel a su tradición victimista, no pudo disfrutarlo con la conciencia tranquila. De ahí ese peculiar oficio de tinieblas que significó la petición de perdón por los desmanes de la conquista de América, que continua en la actualidad con la falsificación políticamente correcta de la historia.

Mientras que los franceses tienden a la hipérbole, los españoles infravaloran sistemáticamente sus hallazgos y hazañas. En 1992 España culminó simbólicamente con las Olimpiadas y la Expo su entrada en el club de los países más potentes económica y culturalmente. Pero, fiel a su tradición victimista, no pudo disfrutarlo con la conciencia tranquila. De ahí ese peculiar oficio de tinieblas que significó la petición de perdón por los desmanes de la conquista de América, que continua en la actualidad con la falsificación políticamente correcta de la historia.
El año 1996 nacía de la pluma o el ordenador de Arturo Pérez Reverte el capitán Alatriste. Reverte se había significado por la denuncia del papanatismo que continuaba haciendo crecer la leyenda negra sobre la historia de España. Alejado de los lugares comunes del chovinismo franquista carpetovetónico y la vergüenza progre respecto al propio pasado, Pérez Reverte inventó un personaje poderoso y enérgico, complejo, austero, heroico pero sombrío. Del mismo modo que John Elliot desmontaba la leyenda negra mediante un fino análisis histórico en El Conde Duque de Olivares: el político en una época de decadencia, Pérez Reverte construía un símbolo que oponer a al derrotismo: un fresco histórico lleno de claroscuros en la estela de los grandes escritores decimonónicos.
 
Siguiendo el modelo de Alejandro Dumas y sus tres mosqueteros, Pérez Reverte ofrece una panorámica de un país convulso, ambicioso pero exhausto, y la de unos hombres y mujeres que fueron capaces de sostener un imperio hasta que los pies de barro demográficos y económicos cedieron.
 
La película que ha realizado Díaz Yanes es una recopilación de las cinco entregas publicadas: El capitán Alatriste (1996), Limpieza de sangre (1997), El sol de Breda (1998), El oro del rey (2000) y El caballero del jubón amarillo (2003). De aquí viene el principal problema de Alatriste. El guionista Díaz no ha sabido hilvanar una trama cerrada, sino que más bien ha enlazado una serie de estampas que se suceden como piezas de un puzzle que el director Yanes no ha encajado convenientemente. Le faltan y le sobran piezas.
 
Viggo Mortensen.Una adaptación de tanto material literario se puede hacer según dos métodos: haciendo una síntesis de algunos de los hechos más significativos o simplemente arrancando páginas, que parece ser lo que han hecho el Doctor Díaz y Mr. Yanes. El principio de relevancia, es decir el de ir al grano, es obviado continuamente, por lo que en los peores momentos se tiene la sensación de estar ante un cajón de sastre en el que lo mismo cabe una intriga palaciega que una persecución inquisitorial, o una pérfida aristócrata enamorada de un plebeyo. El universo de Pérez Reverte daba para más de una película.
 
Pero la dirección de actores consigue sacar lo mejor de ellos mismos. Los buenos momentos se concentran alrededor de Viggo Mortensen, imperial en su composición del personaje. Si Dumas escribía con sus tres mosqueteros un relato en el fondo optimista con el protagonismo del joven D'Artagnan, Pérez Reverte y Mortensen componen con Alatriste una versión de Athos, maduro, valiente, fuerte, cansado, honorable, rudo a la vez que cortés.
 
En consonancia con el sombrío soldado, destaca la creación de la atmósfera de la España que describió Quevedo, otro de los protagonistas, que es amigo de Alatriste:
 
Miré los muros de la patría mía, / si un tiempo fuertes ya desmoronados / de la carrera de la edad cansados / por quien caduca ya su valentía.
 
Ciudades oscuras, azotadas por la nieve, campos de batalla embarrizados en los que los hombres luchan sin soldada y sin pan. La negrura de los escenarios contrasta con la luz en los ojos de los soldados de los tercios de Flandes, de victoria en victoria hasta el desastre final. El desastre de Alatriste y sus colegas, enfrentados a los adversarios exteriores de España, los herejes, y, sobre todo, a los enemigos internos: una aristocracia impotente y una Inquisición sin escrúpulos. La película se articula en ese preciso instante de la historia en que la infantería de España deja de vencer y demuestra que también sabe perder.
 
Ariadna Gil.El gran presupuesto se percibe en el vestuario y la dirección artística, pero no en las batallas, lo que no es un demérito, porque Alatriste combate en charcas infectas, en madrigueras agujereadas o entre un laberinto de lanzas. Y si Quevedo es su alter ego positivo, por su honestidad y decencia, la galería de enemigos y adversarios es espectacular: el Conde Duque de Olivares (Javier Cámara), a la cabeza de una clase aristocrática ambiciosa de poder y huérfana de ideas políticas responsables; el mercenario espadachín siciliano Malatesta (Enrico Lo Verso), que lo seguirá como una sombra mortal; el amigo traidor (Antonio Dechent), con el que cruza los puñales por unos lingotes de oro; y, por supuesto, las mujeres (Ariadna Gil y Elena Anaya), cuanto más fascinantes más peligrosas, una bendita maldición para los hombres, el último escalón de una sociedad de castas que abusa de ellas.
 
El romanticismo de este perdedor heroico con maneras de torero antiguo no llega, sin embargo, a emocionar, desde mi punto de vista, por los vaivenes de la trama. Secuencias puntuales, como su primer encuentro con Olivares, su tímida y oculta declaración de amor a María de Castro o los encontronazos con Malatesta te dejan con hambre de continuidad en la faena. Pérez Reverte, por el contrario, estima que el trabajo del director es brillante en su recorrido por los cinco libros. Pero, como él mismo reconoce, está demasiado cerca de la historia para ser objetivo, y las lagunas en la narración pueden pasarle desapercibidas.
 
Todo queda, así, confiado a la presencia de los actores y a su capacidad de recrear unos caracteres con cuatro pinceladas, subidos a la montaña rusa de un guión que los conduce a través del amor y el odio, de las batallas y las conspiraciones sin orden ni concierto.
 
Aunque recuerda excesivamente las hechuras de las series televisivas de formato histórico –el rasgueo permanente de una guitarra aflamencada hace temer que en cualquier momento aparezca Curro Jiménez–, Alatriste es una eficiente película de aventuras con indudables valores pedagógicos, que en este año de la memoria histórica hará más que cientos de leyes gubernamentales por la creación del imaginario colectivo de aquellos maravillosos años, una Edad de Oro que sus protagonistas vivieron como el peor de los tiempos.
 
 
ALATRISTE (España, 2006; 147 minutos). Dirección y guión: Agustín Díaz Yanes. Intérpretes: Viggo Mortensen, Ariadna Gil, Javier Cámara, Enrico Lo Verso, Eduardo Noriega, Elena Anaya, Juan Echanove. Música: Roque Baños. Vestuario: Francesca Sartori. Dirección artística: Benjamín Fernández. Calificación: Pedagógica (6/10).
 
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