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VUESTRO SEXO, HIJOS MÍOS

Adivina quién viene esta noche

Queridos copulantes bienamados: Dios castigó a Adán a ganarse el pan con el sudor de su frente y a Eva a parir con dolor y sangre. Eva protestó porque recibía dos castigos. Entonces Dios le respondió: está bien, está bien: parirás a tus hijos con dolor y la sangre la abonarás en cómodos plazos mensuales. De ahí que a una pobre niña inocente le dejen de herencia –además de la papada de su abuela– una especie de muñeco diabólico que llaman el Menstruo y que, hasta la menopausia, se dedica a boicotear su existencia.

Queridos copulantes bienamados: Dios castigó a Adán a ganarse el pan con el sudor de su frente y a Eva a parir con dolor y sangre. Eva protestó porque recibía dos castigos. Entonces Dios le respondió: está bien, está bien: parirás a tus hijos con dolor y la sangre la abonarás en cómodos plazos mensuales. De ahí que a una pobre niña inocente le dejen de herencia –además de la papada de su abuela– una especie de muñeco diabólico que llaman el Menstruo y que, hasta la menopausia, se dedica a boicotear su existencia.
¿Cómo tiene la desfachatez de aparecer en un avión rumbo a los antípodas? ¿Qué proyecto maligno sigue cuando visita a la novia el día de la boda? ¿Cómo sabe que hay examen de matemáticas? Pues lo sabe y no falla. Jopé con el castigo. Al menos, las mujeres deberían tener la oportunidad de pecar y pasar un rato ameno en el Paraíso, charlando con la serpiente y comiendo manzanas.

¿Por qué la naturaleza promocionó un fenómeno tan exagerado? Otras hembras mamíferas también menstrúan, aunque ninguna de forma tan espectacular. Algunas tienen, incluso, la capacidad de reabsorber el flujo sanguíneo, lo que evita dilapidar la sangre y llamar la atención de los depredadores. Leo en el libro de la doctora Livoti que un número reducidísimo de mujeres afortunadas también disfrutan de este ahorro endometrial. No se sabe cómo, pero reciclan el revestimiento uterino y tienen reglas muy breves y ligeras. No sé, no sé.

Para los biólogos, esto de la menstruación es un asunto único y enigmático porque, al no coincidir con el momento de la ovulación, como sucede con el celo en otras hembras, cabe preguntarse: ¿por qué cacarear tanto por el fracaso del óvulo cuando previamente se ha renunciado a llamar la atención por la ovulación misma? Resulta tentador especular acerca de este asunto, porque esta tendencia a la menstruación exuberante es muy costosa para la especie y parece no tener ventaja evolutiva alguna. Basta con mirar las cifras de anemia en las mujeres fértiles, sobre todo en países pobres, para constatar que, más bien, es un hándicap. Lo es para la mujer moderna, pero tuvo que ser mucho peor para la mujer primitiva, que vivía en un entorno hostil donde el olor de la sangre era un reclamo para los depredadores. Sin embargo, siempre hay que sospechar que un acontecimiento tan contrario a la economía biológica aporta algún tipo de compensación. Nuestro reto es descubrirla, y os prometo trabajar en ello.

¿Por qué es tan molesta la menstruación? La mujer que no ha sido fertilizada se deshace del óvulo, ya inservible, expulsándolo al exterior acompañado del revestimiento del útero, que estaba preparado para recibirlo una vez fertilizado. Sale todo ello al exterior en forma de coágulos y de flujo sanguíneo, más o menos caudaloso, que dura varios días y suele acompañarse de dolores de cabeza, riñones, piernas y barriga, dolores que no se consideran patológicos pero que pueden llegar a serlo si se complican con cólicos, bajadas de tensión y mareos, hasta el punto de incapacitar a la mujer que los padece, unas horas al mes, durante lo que vulgarmente se conoce como bajada de la regla. En términos médicos, todas estas molestias se denominan dismenorrea.

Hasta hace unos años, la dismenorrea fue un misterio para la medicina porque no todas las mujeres la padecen y en las exploraciones no se encontraba patología alguna que la explicara. La medicina, incapaz entonces de explicar y solucionar las molestias de la regla, a menudo las negaba. No importaba que la paciente, de 12 años y completamente ignorante, se hubiera desmayado en la misa mayor y hubiera echado la pota sobre una lápida. Se trataba de sugestiones pasadas de moda, tabúes ancestrales, rechazo psicológico a la maternidad y todo ese rollo freudiano que se utilizaba cuando no se entendía algo.

Sin embargo, ya la antropóloga Margaret Mead había advertido que la dismenorrea era reconocida en la práctica totalidad de las sociedades, aunque su identificación dependía de las prácticas culturales. Por ejemplo, los arapesh no constataban las molestias, quizá porque las jóvenes que menstruaban permanecían sentadas, en un trozo de corteza, en el suelo frío y húmedo de una choza de hojas batida por el viento, en la ladera de una montaña, frotándose el cuerpo con ortigas. Efectivamente, ese sistema puede suprimir cualquier sensación, salvo, quizá, la de estar haciendo el gilipollas.

Como la dismenorrea se da, sobre todo, en mujeres jóvenes antes de que tengan su primer hijo, se creía, antiguamente, que el matrimonio era el mejor remedio para curarla. O sea, que al pene se le atribuían propiedades curativas. Pues era lo que le faltaba al rey del mambo. Hoy, gracias a un curioso estudio sueco, conocemos, por fin, una causa de los dolores menstruales. Al analizar la sangre de los tampones y compresas (sucio oficio el de investigador, que diría don Santiago Ramón y Cajal) se descubrió que las mujeres con fuerte dismenorrea tenían unos niveles de prostaglandina entre veinte y treinta veces mayores que las que tenían reglas benignas. La prostaglandina es producida en la cavidad uterina durante los periodos en los que se ovula normalmente. Si no hay ovulación, no hay prostaglandina y no hay síntomas de dismenorrea. Por eso la píldora elimina el dolor.

Otra de las causas de los retortijones y cólicos es mecánica. Para expulsar los coágulos de sangre y el revestimiento uterino demasiado espeso, el útero debe contraerse y el cuello uterino tiene que dilatarse ligeramente. Ambas cosas son dolorosas y repercuten en los órganos vecinos, como el intestino, que, por pura solidaridad con el útero, empieza, a su vez, con los retortijones. Cuanto más grandes y abundantes son los coágulos, más molestias padece la mujer. Cuanto más estrecho es el cuello uterino, más cuesta expulsar los coágulos. Hay mujeres que tienden a fabricar coágulos y otras no, pero la píldora anticonceptiva, al disminuir el flujo de la regla y hacerla más fluida, mejora mucho la sintomatología de la dismenorrea. Después del primer parto, el cuello del útero nunca queda tan estrecho como antes y permite pasar los fluidos con facilidad. Eso explica la vieja creencia de que la dismenorrea mejora después del matrimonio.
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