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LATINOAMERICANOS EN PARÍS

Adiós, poeta

De pronto la actualidad irrumpe por la ventana y se sienta a la mesa del desayuno, donde leo en Le Figaro, este 14 de febrero, un artículo de homenaje a Ricardo Paseyro con motivo de su muerte, el 5 de este mismo mes. No lo sabía.

De pronto la actualidad irrumpe por la ventana y se sienta a la mesa del desayuno, donde leo en Le Figaro, este 14 de febrero, un artículo de homenaje a Ricardo Paseyro con motivo de su muerte, el 5 de este mismo mes. No lo sabía.
Ricardo Paseyro.
Dicho artículo, bien informado, simpático e inteligente, sobre la persona y la obra de Paseyro va firmado con las iniciales "I. R.". ¿Por qué no firmarlo con nombre y apellidos?

Recordaré que cuando, buscando un libro en mi destartalada biblioteca, me encontré con otro, Árbol en ruinas, un poemario de Paseyro, me entró curiosidad y ganas de volverle a ver, después de tantos años, para decirle que tenía razón en muchas cosas, no en todas. Le escribí, pero él dio largas a mis propuestas de cita, y ahora me digo que tal vez sería porque estaba enfermo, en las últimas, como se dice. Sin embargo, me envió con una dedicatoria cariñosa su último libro: Toutes les circonstances sont aggravantes (Rocher, 2007), probablemente el mejor de los suyos. (Ya lo comenté aquí).
 
Paseyro fue un perfecto bilingüe. Siempre, hasta el final, escribió sus poemas en español, su lengua materna, pero hacía años que escribía sus artículos, sus ensayos polémicos, sus memorias, en un francés perfecto.
 
Que me disculpe Jorge Edwards por haberle robado el título de su libro, esencial pero no únicamente dedicado a Pablo Neruda, para saludar, o más bien lamentar, la muerte de Ricardo Paseyro; pero no es totalmente descabellado citarlos juntos, porque el uruguayo Paseyro, joven militante comunista, en 1949 fue enviado por su partido a París para que asistiera a uno de esos guateques por la paz organizados por el KGB. Después de varias peripecias, que cuenta en su último libro, se encontró siendo algo así como el chófer y el secretario de Pablo Neruda, y de esa experiencia le entró no sólo un odio absoluto por la persona y obra del chileno, sino, más aún, si fuera posible, por lo que representaba: el totalitarismo comunista. En este sentido, fue el primero que conozco de los hombres de mi generación (ha muerto joven: 84 años, sólo dos más que yo) en romper con esa infamia.
 
Sobre el poeta chileno escribió un libro: El mito Neruda, traducido al francés y publicado por las curiosas ediciones de L'Herne, en 1965.
 
Metido en los recuerdos como quien trata de ordenar los apeles de un difunto, me siento retrospectivamente bastante orgulloso de haber sido el único rojo español de París, porque Paseyro me pidió artículos para la revista Contrepoint, que dirigía, y que pretendía ser un medio de la derecha intelectual y crítica, a finales de los años 70, cuando yo volví de Madrid, por motivos que no vienen a cuento. Pese a la estupefacción de algunos amigos progres, los escribí y los publicó, sin cambiar una coma. Luego, en uno de esos cafés de al lado, o de enfrente, que tanto salero daban a la vida profesional (ahora nada: nos prohíben fumar), me dijo, sarcástico, que sus amigos habían considerado mi(s) artículo(s) demasiado antifranquistas. "¡Ahí va! Si cuando me los pediste sabías que siempre fui antifranquista. Tan antifranquista como anticomunista". Discutimos si se podía comparar franquismo y comunismo, como desastres humanos y sociales, y yo, desde luego, rechacé ambos sistemas, pero no debí de emplear los mismos argumentos que emplearía hoy. Además, por esas fechas (1979) Franco había muerto y comenzaba la Transición, mientras el totalitarismo comunista seguía siendo el enemigo principal.
 
Santiago Carrillo.Pero bueno, tampoco voy a perder mi mala leche, o espíritu crítico, porque perdiera de vista a Paseyro, por las vueltas que da la vida, y el hecho de que haya muerto no me va a impedir criticarle. Su libro L’Espagne sur le fil (Laffont, 1976) es interesante y está, como todos los suyos, bien escrito. En él expresa cosas ciertas y errores garrafales. Como tantos, Ricardo Paseyro pensaba, o más bien temía, que, después de la muerte de Franco, España corría el riesgo de volver a los años treinta, al Frente Popular y a la guerra civil, y exageraba el peligro comunista. Ya lo he dicho, no fue el único, y hasta el Rey dio las gracias a Santiago Carrillo por haber sido tan moderado. Pero cuando en 2006 termina su último libro, publicado en 2007, Paseyro alude, muy de paso, a su libro España en vilo, y no reconoce haberse equivocado, no haber visto que el PCE no era nada, por así decir, y lo sigue siendo.
 
Claro, yo tenía la ventaja de haber conocido durante largo tiempo los aledaños del PC español, y sobre todo sus disidencias: maoístas, trotskistas y hasta anarquistas, ¡el colmo! Sabía que ya en 1975 le quedaba poco al PC, alguna estrella del porno, algún escritor suburbano y cosas así, y lo único relativamente serio, y que perdura, era la estafa de las CCOO, que desde luego jamás tuvieron nada que ver con los bolcheviques, ni siquiera con los caballeristas de 1934.
 
Yo me hice la ilusión de invitar a Paseyro a un excelente restaurante que conozco, cerca del Cirque d’Hiver, y por lo tanto a dos pasos de la casa de Ricardo, puesto que vivía en la Rue Amelot. No fue así, y nunca más podrá serlo. Lástima.
 
Cuando Jorge Edwards fue nombrado embajador de Chile en la Unesco, ese tipo de sinecuras que no sirven para nada, nos vimos muy a menudo, más incluso que cuando esas tertulias literarias radiofónicas. Había elegido –tenía derecho– un espléndido piso en Neuilly, y nos recibía muy a menudo, y a muchos otros: Mario Vargas Llosa, Antonio Seguy, Emilio Sánchez Ortiz; y fue él quien me presentó a Guillermo Cabrera Infante. Un día que estábamos almorzando juntos, los dos, en la terraza del Dôme y hablábamos, tal vez, de su libro de cuentos, que íbamos a publicar en Moraima y en francés (Créations imparfaites), ilustrado por Matta, de pronto Jorge me dice: "Mira, acaban de llegar Octavio Paz y su mujer. Si te parece, iremos a saludarles luego".
 
Cuando fuimos a saludarles, Jorge dijo lo de siempre: "Te presento a Carlos, el hermano de…". Pero Octavio Paz le interrumpió: "¿Carlos? Entonces eres tú quien escribe esos magníficos artículos en ABC…". Y nos invita a su mesa y hablamos de Ricardo Paseyro, el arquetipo del anti Neruda. Por cierto, Ricardo me parece muy injusto en sus juicios sobre la poesía de Octavio Paz, y más absurdo aún cuando considera que Rafael Alberti era el mejor poeta de su generación. ¡Alberti!
 
Roberto Matta Echaurren y su esposa de entonces –ha tenido varias–, Malite, la mujer más idiota que he conocido, nos invitaron a Nina y a mí a cenar con Matilde y Pablo Neruda en su piso del Bulevar San Germán. Cada vez, los Neruda estaban de ida o vuelta de Moscú, y yo, para provocarles, me metía con el régimen soviético. Neruda, que no tenía ganas de hablar de política conmigo, decía que las cosas en la URSS evolucionaban lenta pero favorablemente. Y Matilde, fingiendo entusiasmo, afirmaba que había una juventud "estupenda". Le respondí que en España también había una juventud estupenda, pero que el régimen no lo era.


LATINOAMERICANOS EN PARÍS: LAS DIVINAS PALABRAS.
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