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CIENCIA

¿A qué huele el mar?

Se acabó el siempre breve descanso estival, que los habitantes del interior solemos aprovechar para recordar que la vida tuvo su origen en el océano tumbándonos al borde del mar. Allí, aparte del olor a chopito y a crema bronceadora, nos ha acunado el inconfundible perfume de las olas, el aroma a playa, el eau de marisco que tanto nos ilusiona percibir conforme nos acercamos a la orilla desde tierra adentro...


	Se acabó el siempre breve descanso estival, que los habitantes del interior solemos aprovechar para recordar que la vida tuvo su origen en el océano tumbándonos al borde del mar. Allí, aparte del olor a chopito y a crema bronceadora, nos ha acunado el inconfundible perfume de las olas, el aroma a playa, el eau de marisco que tanto nos ilusiona percibir conforme nos acercamos a la orilla desde tierra adentro...

Pues resulta que ese perfume tiene mucha ciencia detrás. Y este modesto articulista, aún secuestrado por la nostalgia del estío, pretende dedicarle unos parrafillos.

El mar huele a muchas cosas. En el menú de compuestos volátiles que llegan a nuestro aparato olfativo desde la línea de costa se mezclan golpes de sal, de la clorofila de las algas, de la descomposición orgánica de animales y plantas, de alquitrán, de petróleo... Pero, sobre todas esas cosa, el mar huele a DMS.

Esas son las siglas del sulfuro de dimetilo, un gas muy abundante; tan abundante, que es la forma sulfurosa que mayor presencia tiene en los océanos. Los amantes de la técnica química hallarán placer en saber que el DMS se produce por la descomposición enzimática del propionato de dimetilsulfonio, pero el resto de los mortales simplemente nos solazamos con su aroma cuando paseamos descalzos por la playa, visitamos un puerto o navegamos en altamar.

Esta sustancia se produce por millones de toneladas cada año en las aguas oceánicas gracias al trabajo metabólico de microbios que viven asociados al plancton y a las algas. De algún modo, el DMS no es otra cosa que el aliento del mar, un aliento oxigenado por las moléculas de agua, con su ácido de azufre y refrescado por la biodiversidad vegetal aguas adentro.

Desgraciadamente, la naturaleza no ha diseñado este gas para nuestro deleite (o no sólo para él). La flatulencia vaporosa del mar tiene una función biológica muy determinada: sirve de pista para que las aves encuentren las zonas más ricas en animales y plantas que depredar. El DMS es lo que olfatean las gaviotas, los cormoranes y los pelícanos para buscar alimentos en las aguas. Es la base de la transferencia de nutrientes entre el océano y los seres vivos de secano.

La cantidad de volátil es tan grande que muchos científicos piensan ahora que esta sustancia desempeña otro papel básico para la vida: es en parte reguladora del clima.

El proceso parece cosa de magia. Los seres unicelulares que componen el fitoplancton generan al vivir propionato de dimetilsulfonio (lo he dicho otra vez, lo siento). Esta molécula es importante para su reproducción en las capas más superficiales del mar, en la piel del océano. Estas capas son muy inhóspitas: carecen de nutrientes suficientes, son extremadamente saladas y están expuestas a las más agresivas radiaciones solares. La molécula dichosa sirve de salvavidas para el fitoplancton en estas extremas circunstancias. Cuando interactúa con otros seres vivos como animales, bacterias o plantas, se transforma en DMS. Ésta, a su vez, en contacto con el aire se oxida y forma gigantescas masas de gas en suspensión. Para terminar el ciclo, dicho gas forma parte de las nubes atmosféricas.

Es decir, que la misma sustancia responsable del olor inconfundible de la playa es una de las culpables de que haya nubes (sin ella el vapor de agua no podría condensar) y, por lo tanto, de que el clima terrestre sea como es.

En los estudios sobre el calentamiento global, estas siglas DMS empiezan a estar más que de moda. Porque del mismo modo que la tierra firme cuenta con sus formaciones nubosas merced al acumulación de gases condensados en zonas concretas marcadas por la orografía, el mar carece de tal suerte. De manera que las nubes formadas a partir del proceso que antes hemos visto son fundamentales para el enfriamiento de las aguas sometidas a intensa radiación solar diurna.

Buena parte del equilibrio biológico del planeta depende de ellas.

Así que, ya sabe, la próxima vez que pasee por la orilla dejándose mojar por las olas y vaya acompañado de alguien a quien le apetezca seducir, puede probar a sugerirle una conversación sobre profundo aliento del mar.

 

http://twitter.com/joralcalde

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